Adornos

El tiempo se descongela en una caja de cartón. Dormito hasta que veo una luz tras oír el sonido de un cuchillo rasgando el adhesivo. Dos manos acarician mi castillo áspero. Se abre de par en par para que ella lo visite. Son mis aposentos, y ella aparece con dos ojos curiosos y apagados. Desde muy niña lo hace. Sin avisar. Será que decidió en su día ser mi chambelán, será que es cierto que cuando dormito, el pasto helado por el rocío no cruje como debería, ni la vida se lleva a cabo sin mi cetro y sin mi joyería. Ella me busca con cuidado de no despertar a todo el servicio, y me señala el camino hacia las montañas verdes. Sus dos hexágonos tintinean desprovistos de felicidad mientras me veo siendo acariciado. Todo ha cambiado alrededor. Ciertamente, nada es lo que antaño era: las guirnaldas coloridas del reino han sido suprimidas. La chimenea ya no está, y se ha llevado consigo dos calcetines gruesos que enfundaban espadas blancas y rojas. Las luces de las antorc...