Hacia el mar

Uno de los recuerdos más bellos que tengo de una persona, que nos dejó a causa de su padecimiento, es verla limpiar con la banda sonora de Titanic a todo volumen. A ella le encantaba Dion vocalmente.




Cuando se fue, me dejó ese recuerdo imborrable ligado a la película. Hasta hace poquito he sabido por qué. Y hasta hace poco miro al mar y asocio todos los conceptos que me transmitió la infancia temprana en la que nos dejó a mi madre y mí huérfanos. A ella, de su única mejor amiga. A mí, de verme llorando y rabiando de envidia porque de pequeño quería poseer a mi madre y no entendía por qué me la quitaba un momento puntual para irse libre de fiesta.

Titanic es recordar su muerte y mi estancia previa en Euskadi conviviendo con ella, cuya música ponía igualmente orgullosa. Varios elementos interviniendo: mi primera experiencia con la muerte, mi sensación inequívoca de lo que esconden las aguas, mis sueños recurrentes que ya no son pesadillas, sobre dos ojos inmensos mirándome desde lo más profundo del océano, y la escena de la película en la que Rose vuelve al barco tras su muerte, dónde le espera Jack junto a la tripulación en la escalinata, coronada por un magestuoso reloj que ya no da el tiempo.

Es un todo que evoca a mi familiaridad con la muerte y mi cercanía dada las experiencias que me he visto obligado a superar, mi sentir espiritual de otro plano de consciencia en el que habita el alma. Otro cuerpo menos denso... Y la canción de los mares que estáis escuchando, que me dice la vida que cuando yo vaya a morir escucharé. Tal cual. Como señal de que es la hora de una partida sin una certeza de regreso. Ese vibrato de canto de sirena que te acuna...

Cuán certero fue el compositor de esa pieza concreta... Me llevará esa canción hacia las olas. Una certeza vital que me acompaña desde pequeñito. Un secreto que me veo ahora mismo obligado a contar.

Qué sola la dejaste...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Son cosas de niños...