Son cosas de niños...

[Perspectiva expresa del Autor.]

En una plaza de abastos...

-¿Qué cómo está mi niño? ¡Muy bien! Es muy listo. Sabe de todo. Es normal… Todos los días le levanto temprano para que vaya a la escuela y cuando llega me come rápido porque después le pongo de tres a cuatro a estudiar y hacer la tarea que le han mandado para casa. 

>>De cinco a seis tiene clases particulares por si se le atraviesa algo, además de inglés, alemán y chino “mandarina” todo rebujado y exprimido, porque mi niño va a estudiar y vivir en el extranjero y va a sacar de pobres a sus padres, ¿sabes? 


>>De seis a siete tiene karate o aikido según sea martes y jueves o lunes, miércoles y viernes. De siete a ocho le llevo a natación. ¿Qué para qué? Bueno, para que no sufra de la espalda como su madre y como su padre, que están hartitos de trabajar, aunque en confianza te digo que es para que no esté en casa dando por culo. De ocho a nueve no tiene nada, pero no te preocupes que yo le siento para que repase todo y meta en la mochila los doscientos libros que tiene que llevar mañana, si es que la natación le va a venir que ni pintado… 


>>De nueve a diez le ducho y me come y le vuelvo a sentar para que lea cualquier pamplina que yo no he leído, porque me ha dicho la profesora que no lee en serio con tanta maquinita. A las diez y media le acuesto. Y a las once así me acuesto yo, ¡que caigo rendida! Menos mal que llegan los sábados y los domingos y sus abuelos vienen a recogerlo… La verdad es que ser padre y educar a un hijo es jodido...

- Le veo un poco mal, ¿no? Está como enfadado...

-¡Nada! Bueno, tú sabes... Lo típico... Rebeldía... Cosas de niños...

...

Esta noche...

Supongo que verteré un poco de sal por la almohada. No creo que me consuelen los verdes pliegues de la manta cuando choquen con mi cara al acurrucarme, ni el mullido lecho sobre el que me despierto y creo pensamientos a los que aferrarme cuando el día siguiente se convierta en un insistente bufón. No sé hasta qué punto bajar la persiana. Soy un tarado con sus manías.

No sé hasta qué punto bajarla porque no sé hasta qué punto es conveniente que la farola me trate de ayudar a conciliar el sueño. Sigo con los terrores nocturnos e igual hoy es el día en que lo menos conveniente sea bajarla del todo. Ahora mismo mi habitación es una especie de celda de la que pretendo salir por todos los medios. Y diréis: "Bueno, sal a la calle y despéjate..." No es viable, la seguiría teniendo en la mente, en definitiva seguiría allí.

¿Qué me salva? Si bien es verdad que soy adulto, nunca viene mal que me mimen y me acurruquen con una nana, que me acaricien la cara, que me digan que todo irá bien para que no me sienta tan desamparado por las circunstancias adversas; y que todo eso no derive en sexo, por supuesto. Que se quede ahí paradito. Los niños no copulan... Necesitamos no hacerlo a veces. Necesitamos dormirnos al lado del ser querido que nos protege sin necesidad de hacer el amor con él, a menos que ese hecho vaya a resultar significante. A veces el sexo no significa nada. No hay que hacer nada que no signifique algo profundo.

Siento la soledad excéntrica que experimenté cuando me pregunté quién era yo. Es como cuando te falta algo, te faltas. Es…un tipo de soledad en la que pides a gritos apoyo. Pero el apoyo que te llega no te llena. Optas por estar solo. Ni el de tu mejor amigo, ni el de tu pareja... Es una soledad que te fuerza a saldar cuentas contigo mismo de la peor manera posible, haciéndote sentir insuficiente a su apetito voraz. Te sientes como un niño desamparado.

Soy una persona con una imaginación desbordante y descontrolada. Hasta tal punto, que la imagen se me presenta ante mis ojos con tal nitidez que podría confundirla con la misma realidad. Me pasaba de pequeño. Conseguí mitigar eso a base de métodos poco pediátricos y otras cosas que no vienen al caso. Dudo de que la gente comprenda muy bien el concepto de "soñar despierto", o que lo hayan experimentado en su entera plenitud.

Esta tarde saqué a mi perro, un perro de caza que necesita correr, por lo que lo llevé detrás de mi casa, un trozo de campo en el que él se distrae intentando alcanzar a las mariposas y a los pájaros. Un lugar donde me evado respirando profundamente. 
En una de estas en las que me senté para relajarme vi a un niño mirándome fijamente con un manifiesto desasosiego, con los lagrimales preparados para arrancar el llanto. Se acercó a mí. No le dije nada. Era una de mis imágenes. Sin embargo tenía tanto que decirle...Tanto error, tanto remordimiento, tanta disculpa, tanta humillación que hoy por hoy podría dejarla pasar con tal de hacerle sentir bien. Tanto acoso escolar solo por el hecho de ser introvertido…

Me reprochó que le estaba olvidando. Y es verdad. La vida me está haciendo olvidar a ese niño. Un niño solitario que cogía un palo de madera de un metro que parecía una flauta gigante y se creía un mago que iba en busca de tesoros con su familia y mataba enemigos entre hechizos inventados y luchas cuerpo a cuerpo.

No le faltaba de nada. Escribía cuentos. Hacía esbozos de lo que pretendía que fuera una faraónica obra de arte literaria repleta de imaginación y que llenara las tardes de los demás niños solitarios y sin amigos como él con la lectura. Me siento sucio al mirar en la distancia mi diario. Más sucio si caigo en la cuenta de que toda mi infancia está guardada en un cajón, cajón que ahora mismo para mí es un horror abrir, pero que debería hacerlo aunque me doliera.


Es curioso que el mundo adulto hable con nostálgica lejanía de la ingenuidad infantil, como si no fuera con nosotros la cosa, cuando nos vemos rodeados de mentiras más duras cada día que pasa, mentiras que tragamos con mayor ingenuidad si cabe. A diferencia de ese niño, progresivamente siento que me faltan más y más respuestas a las preguntas, y yo sé por qué, porque el niño que vi nació con todas las respuestas contenidas en él, respuestas que los adultos le han ido quitando para perpetuar su realidad, la realidad de “¿el más fuerte?”.

Me he dado cuenta de que los niños que me acosaban en el instituto no eran sino adultos prematuros que pretendían hacernos a todos igual de adultos que ellos. Vomitivos energúmenos de lengua suelta que hablaban del sexo y del dinero con la misma arrogancia, facilidad e impureza que sus mayores. Que soltaban chistes subidos de tono para encajar; cuyas gracias les reirían sus padres a tutiplén mientras no hacían nada por ocultarles la triste realidad del mundo adulto. Somos adultos. Soy un adulto, un adulto que siente que estaba más completo siendo niño. Más leo y más me involucro en esta realidad eminentemente desquiciante y arrebatadora y mejor siento la progresiva decrepitud de mi mente descompuesta y sin rumbo.

Los adultos me jodieron la vida. Todos contribuyeron. Desde los que restaban importancia a mis inquietudes hasta los que directamente no me hacían caso, o se limitaban a darme soluciones igualmente fáciles y adultas. Claro, es fácil acogerse al estatus de "adulto" para trivializarlo todo. "Los problemas de hoy, mañana no lo son", sí, pero deben ser igualmente tratados. Un padre debe volver a tener doce años para comprender a su hijo de doce años, puesto que los malos tragos, por la edad, no los ha superado. Para él son nuevos, por lo que sería de buen recibo guiarle y darle el cariño ingenuo que se merece. Olvidar sus problemas de adulto y enfocarse sólo en el crío. Navegar por todos los mundos que se le ocurra sin adaptarlos a sus prejuicios, dándole comprensión y dejando de ser un cínico absorto en su experiencia que impone aspectos más allá de los valores infantiles bajo el refrán de que "El Diablo sabe más por viejo, que por Diablo"... Quien se refugia en eso demuestra ser un ignorante peligroso.

No debí haber visto este mundo que me envuelve tan pronto, ese es mi problema. Crecí a la fuerza y a destiempo. Pasé de ser un genio en potencia a ser una máquina capitalista de tragar conocimientos sin venir a cuento, genuinamente programada. Estoy alienado y no me satisface ni mucho menos regocijarme en el hecho de que soy consciente de ello y dar voz de lo que para mí es una injusticia. No obstante insistiré en que los niños no tienen la culpa de los errores de los adultos. Que el modelo occidental no es sensible con ellos en realidad si combate el bullying a la vez que permite que la "comedia" televisiva, que transmite lo que hay en el mundo adulto, sea vista por los niños. Y este sólo es un ejemplo de los muchos que se me ocurren. El daño está hecho... Y me lo hicieron todos los adultos. Todos. No se salva ni uno.

Por dios... Se me cae el alma al ver a un niño decir con orgullo y delante de sus padres palabras malsonantes y que éstos no les reprueben bajo el pretexto de que no saben lo que dicen en realidad. Hipócritas.
No trato de atacar a nadie. Por favor, no me malinterpreten. Sólo pretendo decir que nuestro sistema occidental de valores está absolutamente descompensado y que en cuanto se mueve un dedo por la causa, la mano acaba amputada por aspectos contrarios igual de hirientes hacia la sensibilidad de los que deberían ser "los pequeños".

¿Qué niño del siglo XXI ha leído "El Principito"? Otra pregunta más triste: ¿Qué padre recuerda su contenido y trata de leérselo? ¿Habrá comprendido el significado de lo que decía? No, al parecer es mejor que el niño se meta en internet y vea lo que le dé la gana con tal de que le den un respiro.

Que sean "rigurosos" con los contenidos "de adultos" en horario infantil y que a las 3 de la tarde un noticiario abra con muertes, enfermedades y corruptelas es contraproducente y deja mucho que desear si se hace para en un niño no se vuelva mayor prematuramente, aunque ustedes y yo sabemos que no se hace por eso.

Me duele que 3 millones de niños españoles no tengan nada que llevarse a la boca. Me duele que la política colonialista haya convertido África en un vertedero y que el "primer mundo" sólo se preocupe de todo eso cuando se vea afectado directamente. Hay niños que no tienen la culpa, ¿saben? De hecho no hay niño con culpa. Se merecen algo mejor… “Primer mundo”, vaya contradicción ética… “Primer mundo” en el que no caben ni los niños, ni la naturaleza, ni los ancianos. Bueno, caben en la medida en la que puedan constituir un "beneficio", tomar parte en la producción económica... Y seguirán tirándose niños por la ventana, y seguirán siendo arrastrados por el mar. Porque se han visto involucrados en un terrible juego de mayores.

Urge un cambio de sistema... Urge incentivar en la educación el yoga o el reiki, la espiritualidad -que no “religión”, aunque sí fe si la separamos de la institución-, involucrarles con la naturaleza más allá de una campaña de reforestación que les ponga a plantar pinitos sin instruirles el gran significado que tiene para la naturaleza que ese pino crezca vigoroso. 

Incentivar su creatividad y que la tecnología no constituya un método para alejarles de ella sino todo lo contrario. Fomentar que cada niño toque un instrumento musical, lo cuide y lo lleve consigo a lo largo de su vida; o de igual manera hacer que aprendan qué es el amor y la responsabilidad conviviendo con una mascota que crezca a su par y a la par de sus hermanos –si los hubiera, porque tal y como está el panorama…- Que interactúen con el medio bajo la supervisión de un adulto que les explique a su manera (la de un niño) en qué consisten la tolerancia y el respeto multicultural sobre cada uno de los seres vivos de este planeta. Fomentar que hagan del planeta algo suyo. Tratar de entenderles cuando digan "no" y no castigarles. Analizar por qué lo dicen y tener en cuenta que ese "no" del niño podría ser la llave del cambio.

Que se manchen, que pinten, que no lleguen a casa saturados de conocimiento para que después unos padres igual de saturados les obliguen a seguir con los estudios. Que la casa sea un refugio para jugar, para evadirse, un verdadero hogar. Dios santo, ¿no se dan cuenta de que esa monotonía frenética sólo va a conseguir hacer del niño un producto destinado a pisar al prójimo para conseguir trabajo? ¿No nos damos cuenta de que estamos cometiendo el error inconsciente de fomentar que nuestros hijos vivan hasta su madurez con el miedo a no pensar distinto a los demás para evitar el ostracismo? ¿Tanto cuesta quitarles esa falacia a erradicar si tanto les amamos? ¿Tanto cuesta entender que acabarán siendo iguales que nosotros si no cambiamos la estúpida dinámica de recordarles día sí y día también que “les decimos tal o cual cosa para que no cometan nuestros errores”? Es que eso en sí ya es un error. Es la manera de justificarnos y compadecernos como padres, de reconocerlo y no hacer nada al respecto. “Ya lo hará mi hijo por mí, que no me queda tiempo…” Absurdo.

Me siento insuficiente si ese niño interior no está ahí. Y esta insuficiencia no hace más que acrecentarse si, por mor de la adaptación a la realidad a la que tuve que atenerme con 12 años, me veo obligado a decirle al niño que casi me lloraba en el campo que volviera al cajón a hacer sus cuentos, que ya le mandaría al psiquiatra de nuevo, tal y como hicieron conmigo.


Total, son cosas de niños...

Comentarios

Entradas populares de este blog