La muerte, la bailarina y el arlequín

"Tú piensa con ese cuchillo en tus venas
cual si fueras Dios que destruye o que crea,
a un palmo o a dos,
con la sangre alterada,
el alma apagada,
llenita de pena.

Tú piensa que el río de rojo se tiñe,
y mientras sonando el tambor
ves un circo de sol
en la calle nocturna.
Y un agua paseando a la vez
que te limpia la tez 
del recuerdo terreno.
¿Adónde quisieras tú ir 
si volaras por fin
y soltaras cadenas?"


Me gustaría bailar...
Con las estrellas 
adornando un vestido
con la libertad,
rutilante en mi cuerpo
mientras a meso viento
enredándome el pelo
concibo otro bosque
y otra rama grande 
con la que montar
un escenario de vida
y de tierra batida 
por hojas de pluma.
Y atraer la luna
desde el ancho mar.

Arlequín del viejo destino,
vaya los hilos que traes,
rechinando por las esquinas.
No despiertes a la calle.
Que secando los tendederos
cuelga más arte y más gracia
y me quiero marchar del mundo
sin que me formen comparsas."

"Arréglate el maquillaje,
ponte esos dos coloretes,
que ese cuchillo no ha entrado
y aquí no hay quien se despierte.
Recomponte tú por mí,
más altiva y más guerrera.
Hay más noche que te espera,
y si ves: la luna está ahí.

Danza sola, que mi son
no vaya a ser tu melodía.
Eres fuego y eres don,
y el diablo ya querría
verte de ángel vestida,
verte arriba en el altar
desde el que pudiérate admirar
como aquel te escribe una obra infinita.
¡Hasta el alba, mi dama!
La muerte es sólo otro drama,
y no lo necesitas..."

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