Buhardilla

Siento que el contenido de estas estanterías no es el apropiado.

La disposición de los libros, de distinto grosor cada uno. La ubicación de las figuras que las decoran, junto con las fotos de un ayer repleto de hormonas... Esto es un desastre... Hace tiempo que quería trotar hacia lo hondo de la casa para ponderar cuánto hace que no soy consciente de adónde pongo los pies. Hasta dónde pueden estirarse mis objetivos.

Ya ves, son libros. Qué más da. Unos apilados sobre otros en una feria hacia el absurdo. Por revisar hasta la madera, que está carcomida; y a ver cuánto se prolonga la fiesta... Hasta que la monotonía pegue un palazo con la fregona en el techo y huya el polvo del suelo. Supongo que esa será la señal: o bien algo pisa en falso, o bien ha tocado tierra firme. Hasta el tacto, porque la vista con tanta mota quizás se confunda.

Cuánta duda en la existencia de la sombra del aquí y el ahora socialmente impuestos. La certeza en la inexistencia de lo onírico y lo fantástico. Cuánta contradicción fuera de esta buhardilla y cuánta conexión rodeadita como estoy de caos. En cuanto que la piso y me absorbe. A golpe duro y dieta blanda de pasta y tapa. 

Oye, y de tomo y lomo el estornudo: que si cuentos, que si cuentas, que si acaricio el placer de sentarme en un huequito del suelo, que si mis muslos los poso con suavidad en alguien real por fin... Que me salven de un frío mecánico que no tenga que ver con un taller de palabras.

Loca me tienen. Y si por mí fuera mandaba todo a tomar por saco. Pero se necesita orden, que no es la primera vez que tengo que salir de esta habitación con la satisfacción de que he conseguido dejarlo todo a pedir de boca. Bueno, de palabras. Las de los libros, para cuando esté y no esté y para cuando me demuestran por qué ocupan un sitio en mi desastre particular.

Que les den. Si el desorden es de los demás... Total, ¿a quién han venido a visitar? ¿Quién soy yo para ser quien no soy en mi buhardilla? ¿Hasta qué punto estarán vacías las copas que se están bebiendo para poder sentirme igual de deshinibida que cuando estoy en bragas? ¿Hasta qué punto les advierto mi intimidad y mi realidad absoluta? 

Joder, que suben... Esta vez no es el vecino subiendo las suyas, sino que es visita. Qué carajo. Son piratas... Vienen porque saben que una puerta en particular de toda la casa esconde un verdadero tesoro. Y yo no he acondicionado todavía la cueva para que no digan que no es oro todo lo que reluce. Aunque tenga narrativa hispanoamericana, aunque tenga poesía andaluza, aunque tenga filosofía gallega y teología italiana. Libros de arte universal. ¿Qué pretenden? ¿Obviarlos a todos? ¿Quién será el protagonista?

Ahora me apetece tomarme una licencia excéntrica: al sonar la puerta no hacer nada. Que vuelva a sonar y que entren. Y me vean sin ropa. Desnuda. Rodeada de historias. Después que me describan con todo, que tomen un bolígrafo y que lo plasmen en mi contorno. 

Así se dan cuenta de que en realidad fuera de la buhardilla sólo habían estado percibiendo a un un trozo de carne. Que en realidad siempre he vivido en una estantería ordenadamente desordenada.

Y sí: soy apropiada. 

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