El defeso


Cuando el sol sangró otro día
el heraldo campaneaba.
Saber se hace esta mañana
que nos príncipe saltó.


Pueblo mío, que es de nadie,
de nadie más que de uno mismo,
tres noches he pasado en el abismo,
y aquí me hallo en el balcón.

Porque a quien tenéis presente no gobierna.
Tiempo ha que el patronazgo
lo ostentó su cara tierna...
Sus espejos del azul claro y salvaje.

Varias astillas del coraje
de afrontar el devenir,
viendo cómo la luna
surca rutilante las cortinas,
me araña con profunda inquina
y, obligándome a escribir:
déjame este para mí,
que ella nacerá en la esquina...

La niña, la princesa, la arrogante;
la ternura en un semblante
que me enamoró en la playa.
La mujer, la más bruja y deshonesta;
qué bien que parta de mi testa
y al final nunca se vaya...

Poesía disfrazada
en sus dos pechos de hada albina...
Mi rosa alejandrina,
ahí va el tiempo que he perdido...

Hizo saber el heraldo de suelo a balcón.
La campana resuena. El sol ya sangró,
al igual que sangraba el defeso en rechazo.
Yo no sé si fui valiente, pero obtuve redención.
Al fin le lloré en sus brazos...




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