Por fin...

La noche que dije que al fin me importabas.
La noche anterior al carbón de la hoguera,
pidiendo perdón con la boca achicada.
San Juan se quemaba en la noche altanera.



La noche por fin en mi hoguera diciendo
que no iba a hacer más papel,
más que tripa y que piel, arrojarlo en el fuego.
Que no dejaría el timón,
que pidiendo perdón pediríate atenta.
Que no. Que igual no estaba yo.
Que sabemos los dos que me nublo y me aparto.

De buscar, y de entablar
el diálogo interno con el corazón
a la sombra, en la duda,
en cómo la ternura en tu propia clausura
quebrando tu llanto
con cara de espanto no sería más
que un fondo puro en la niña
que tanto sabía que allí se encontraba.
Mujer liberada de la sociedad.

Con el viento en tu boca blanca,
Con el mar de una chiquilla.
Despidiendo a la bestia parda
con bellas hechas varkirias.
Desde lo alto de notre dame,
pelo rizado de pluma,
con un ojo leyendo un libro
el otro escribiendo a la luna.

El cisma de ese, tu espejo,
de tus trozos que se abrieron,
mientras sentimos progreso
y otros que nunca supieron
que la gran dificultad
de esta vida de calvarios
es hacerle un buen rosario
a nuestra divinidad.

Y por la divinidad, la sencillez, tu cuerpo humano.
A la imagen de tu hacer: del espejo te sacaron.
Más arreglada que rota. Más reflejaba el ayer
porque en ese instante me percaté
de cuantísimos sueños que me persigues...
San Juan, toma mi trato,
promete, dios pantocrator:
a ella no la castigues.

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