κάθαρσις


Escucha la voz de la naturaleza en tu mente. 
.
. (¡Ah...!)
.
Deja que el sonido vaya más allá de tus tímpanos. Asimílalo. Escucha el bostezo de las placas. Siente cómo abren paso a la mañana. El rugido del magma... Escucha el murmullo de los seres que pernoctan en las profundidades abisales, el mar... El sonido de las burbujas que crean las tortugas al nadar en las corrientes, ansiosas por volver a la isla que las vio nacer; los abrazos de las anémonas, el debate filosófico de los delfines y las ballenas. El canto mesmerizante de las caracolas; el chasquido que precede a la clausura de las conchas. El murmullo de los crustáceos que toman el plancton de las rocas.


La tierra... Escucha el resoplar de las hormigas transportando comida para su reina, las semillas germinar; los conejos y los topos cavando sus madrigueras. Siente cómo se extienden las raíces de los árboles; las pisadas de los castores que van a recolectar ramas para construir sus diques. Escucha el ronquido de los osos que hibernan.

Visualiza tus sueños vívidamente, que se note tu excentricidad cuando te hagas preguntas sobre tu ciudad, como cuántas parejas tendrán un orgasmo ese mismo instante; en el hecho de verles la cara a los espectadores del cine; haciendo rebotar las piedras sobre el río más cercano; cuando hundas la mano en un saco de legumbres o cuando partas el caramelo de las cremas catalanas con la cucharilla... Siente los pequeños placeres que da la vida, que no son más que los grandes pequeños detalles que estés capacitado para ver, para crear...

Mira a tu alrededor. Las hojas, guiadas por el viento, que dan con sutileza a tus mejillas. La arena de la playa surtiendo de escarcha sus lindes y enterrando el pasto verde y marrón. Tu corazón y los de los demás siendo uno con cada romper de las olas. Pon oído al genio de los nonatos hecho patadas. La plenitud del silencio que brindan las montañas. El canto sutil del riachuelo y los aplausos de la fauna de todo el bosque. Échale un vistazo a los misterios que esconden las arenas de los desiertos, los ojos poblados con ideas, espejos de marfil y esmeralda, de vicisitudes, pancartas, alaridos de dolor por haber tropezado con los zócalos salientes de sus caminos angostos; de alegrías inconmensurables... Las pareidolias que reflejan las nubes, fruto de tus pensamientos.

Pon tacto a la piel que se eriza cada vez que tu amor surca con sus labios tu cuello y el lóbulo de tu oreja... Sentimiento y éxtasis incontenible cuando te dice "sólo estamos Tú y Yo". La vigorosidad de tus carnes cuando hayas de bramarles a tus seres queridos, aunque no lo compartas en ese instante, que la fortaleza de uno se determina en función del tiempo que pasa desde que nos caemos hasta que nos levantamos... El abandono, que sólo puede hacer más fuerte tus hombros. La misericordia, el perdón. Cada lágrima que vierto al escribir.

Desde que sufrí acoso escolar, con doce años, me levanto y me acuesto todos los días pensando seriamente cesar mi vida en un arrebato, sin despedida y en silencio por todo lo que pasé y lo que estoy pasando. Y, ¿sabéis?, no es tan malo ni tan catastrófico pensarlo de esa manera, porque a su vez es una señal ineludible de que soy consciente de todo lo que dejaría detrás. Un sinfín de suspiros, de puntos suspensivos. El hálito que me dan las cosas que sólo yo puedo ver, de las que sólo yo me percato, el reto que supone transmitir todo lo que tengo en mi interior y la satisfacción inmensa de haberlo hecho.

¡Ah...! ¡Vivir y no ser vivido! ¡Pensar y no ser pensado! ¡Tornar mi singladura hacia los pies de quienes sean proclives a ser dueños de su destino! Llenar de experiencias mis recuerdos y recordar, natural-mente, que un punto y final no es un fin en sí mismo sino una epifanía, una...

... catarsis...



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