Lonely St.

Quiero que llueva. Es más, quiero que truene. Que la carretera se inunde, que las gotas caigan como cuchillos, que los árboles huyan con los gatos, que los coches queden vetustos e inutilizables al instante, que las farolas chisporroteen de rabia incontenible, que el viento brame con fuerza y que la noche no sea tan ella misma sin esa tela acribillada de punzadas redondas que deja entrar la luz.


Quiero comprarme un chubasquero amarillo y unas botas rojas. Y tener una varita mágica para hacer perpetuo el cataclismo. Y durante el cataclismo verme en medio de la carretera sentado en una tabla de madera, una que pudiera resguardar mis posaderas del monzón. Que me balanceara de un lado a otro y que con los truenos me adormilara e hiciera evadirme de todos vosotros.

Y desde esa perspectiva de caos enfrentaros como prueba a un caos todavía mayor y menos eludible:

Hallarme entre la vida y la muerte. 

Como ahora, pero con un matiz. Todos estáis en casa en esa noche perpetua de invierno apabullante y yo estoy fuera. Sólo yo. Todos arropados con el aroma a leña quemada y relajados con su crack intermitente. La tele está puesta. Están emitiendo lo que más os gusta. Hay chocolate caliente y vuestro amor os abraza mientras le acariciáis la cabeza. No hay frío a cuenta del fuego e incluso estáis desnudos. Libres en vuestro refugio, vuestro hogar...

En cambio yo estoy aquí en la tabla mirándoos y recordando lo que me decían mis padres. Esto de que cuando uno se pierde lo mejor es quedarte quieto hasta que te encuentren. Y ahora yo me pregunto: ¿Quién sale de casa para venir conmigo a la tabla? Tratar de comprenderme y ser un niño en medio de una calle inundada por un eterno diluvio y sentado en una tabla de madera.

No podéis llevarme con vosotros. Complico la situación. Sólo podéis esperar a que pase el diluvio sentados a mi lado, procurando que no caiga y pasando frío igualmente desnudos, porque obviamente dentro de mí no entra quien viste sino quien se cobija de la inclemencia con una simple manta.
Sabéis que hablo poco, que soy muy raro y antisocial, así que no habría conversación. Sólo la acústica intempestiva y quizás los sonoros alaridos de quien os llama desde la ventana y os insta a quedaros en casa, porque está lloviendo a cántaros y dentro se está mejor.

¿Quién se atreve a venir a la tabla? ¿Quién se atreve a saber quién soy y por qué estoy de esta manera? De hecho, ¿quién os creéis para realizar algo tan peligroso y atrevido?
¿Por qué nadie excepto yo ha accedido a esto para comprobar quién me ama de verdad? ¿Quién no tiene miedo de mí? Mejor, ¿quién no tiene tanto miedo de sí mismo y de los que les rodea para caer en la cuenta de que ese es el motivo de la distancia entre nosotros?
¿Sabéis por qué no salís de casa? Porque no saltáis de la tabla. Porque os da miedo el agua turbia, las mías, y porque no tenéis la certeza de que la cuerda que os lanzo sea lo suficientemente gruesa.

O quizás porque sabéis que es la misma cuerda que me está ahorcando. Pero, ¿sabéis qué? A diferencia de vosotros, yo no tengo miedo a morir por alguien a quien amo.

Total... 
Nací en una tabla... 
Mi casa aún la estoy buscando...
La lluvia es eterna...



...Y en la calle todavía no ha caído ninguna gota.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Son cosas de niños...